Ahora entramos en otra etapa importante de la Oración de Contemplación: El encuentro amoroso con el Señor como el Esposo. La Contemplación Infusa. La Oración en el Espíritu.
Al leer las palabras del profeta Isaías sobre este tema, comprendemos que el Señor desea que dejemos de ser una tierra árida para convertirnos en una tierra desposada. Nos revela que la alegría que experimenta un joven con su esposa es la misma que Él, el Padre Amoroso, siente por nosotros. Este lenguaje, propio del Antiguo Testamento, se refleja también en Oseas, donde nos promete desposarse con nosotros en justicia, fidelidad y amor.
Es maravilloso contemplar cómo el plan de Dios es un diseño de unión amorosa con nosotros, y no encuentra mejor imagen para explicarlo que el matrimonio. Hemos sido llamados a una relación de amor profundo y sincero con el Señor.
Ese Jesús Salvador, ese Jesús Maestro, ese Jesús Señor, es el esposo y la Iglesia es la esposa del Cordero. El cielo será las bodas eternas de la Iglesia con el Cordero. Sin embargo, a veces escuchamos estas palabras e incluso las predicamos sin detenernos a contemplar la maravillosa realidad que representan para nosotros. El Padre H. de Lubac, en sus meditaciones sobre la Iglesia, ofrece una perspectiva profunda sobre cómo la Iglesia es cada uno de nosotros y cómo lo que se dice de la Iglesia debe aplicarse a cada uno personalmente.
Él está explicando allí el Cantar de los Cantares y dice: “Si Cristo es el esposo de la Iglesia, esa realidad se manifiesta en cada uno de nosotros. Cada persona, hombre o mujer, debe vivir esa experiencia de amor personal con el Señor”.
La vida comienza a brillar cuando descubrimos el amor personal de Dios. Sin embargo, muchas veces nos quedamos solo en el ámbito comunitario.
Jacques Maritain (1882-1973) con razón insistía en una verdad fundamental: “Yo me alegro mucho de que en este momento se hable tanto de la comunidad y que el Concilio haya puesto tanto énfasis en la Iglesia como pueblo de Dios, pero existe un peligro, que es el de perder nuestra individualidad”. Por eso afirmaba: “Miembros sí, pero sobre todo personas”.
La contemplación, como la definía Jacques-Bénigne Bossuet, es ante todo un estado sereno de presencia a los pies del Señor. Es elegir permanecer allí, incluso cuando no se experimentan grandes revelaciones ni luces espirituales. Es como una esponja que se sumerge lentamente en el océano del Espíritu para llenarse de Él. Esto puede ser difícil para nosotros, pero qué inmensa riqueza ganaríamos, tanto para nuestra vida como para la de nuestros hermanos, si aprendiéramos a sentarnos a los pies del Señor y comenzáramos con esta primera etapa de la contemplación.
El evangelio de San Lucas, capítulo 10, versículos 39-42, nos relata cómo María, sentada a los pies del Señor, escuchaba atentamente sus enseñanzas.
Quiero expresarles con cariño fraternal que, en los últimos años, mi vida se ha ido llenando cada vez más al sentarme a los pies del Señor. He comprendido que el mejor tiempo para mí es el que dedico a estar junto a Él, a sus pies.
Sé que le sirvo mejor al Señor cuando estoy a sus pies que cuando realizo alguna labor pastoral. Por supuesto, todo esto es necesario, pero siempre primero a los pies del Señor.
Es que, si nosotros empezamos por saborear ya la presencia del Señor, habremos dado un gran paso en nuestras vidas.
Por lo anterior, es claro entender que el corazón humano no puede quedar en vacio, en el vacío, o se llena del amor del Señor o se llena de amor humano.
Seamos honestos, si el amor del Señor no llena nuestros corazones, será llenado por otra cosa: un hombre, una mujer, el dinero, la política o cualquier otro ídolo. Pero el corazón nunca quedará vacío.
Hoy estamos encontrando ejemplos maravillosos. ¿Por qué esa gente puede pasar horas y horas junto a un Sagrario?. Porque está experimentando el amor de Dios, porque se está enamorando de El.
En el amor humano, cuando una persona se enamora de otra, anhela estar a su lado. Sabemos bien cuánto tiempo dedican las parejas a conversar y llamarse por teléfono. La necesidad de cercanía es inevitable cuando hay amor.
Seamos honestos: si el Sagrario no nos atrae, si allí nos sentimos aburridos y solo esperamos que termine el tiempo para irnos, es porque Cristo no tiene un lugar real en nuestras vidas.
Cristo puede habitar en nuestra mente, pero no siempre en el corazón. La obra del Espíritu Santo en la Renovación es hacer que Cristo baje de la mente al corazón; y cuando Cristo entra en el corazón, surge en nosotros un profundo deseo de estar con Él.
CONTEMPLACIÓN INFUSA
La contemplación infusa es un estado de gracia en el cual Dios, a través de su gracia infundida, otorga a la persona un conocimiento intuitivo y amoroso de Él mismo, que va más allá de la comprensión natural y ordinaria. Este conocimiento no depende de las capacidades humanas, sino que es un don divino, especialmente concedido por el Espíritu Santo.
Considero que el bautismo en el Espíritu, cuando es genuino, es una experiencia profunda y transformadora de contemplación, una vivencia auténtica del amor del Señor.
Cuando escuchamos los testimonios de quienes han vivido esta experiencia, hablan de un fuego interior, de lágrimas y de una transformación profunda que van sintiendo. Es la efusión del Espíritu, que es amor puro y que inevitablemente genera amor en quienes lo reciben.
Santa Teresa señala con gran acierto cómo el Señor, en ocasiones, concede la contemplación infusa de forma temporal a pecadores como un camino para que puedan encontrarse con Él. Esto es precisamente lo que observamos en la Renovación Carismática: personas profundamente sumergidas en el pecado y alejadas de Dios que, al asistir a un retiro o a un seminario de Vida en el Espíritu, terminan experimentando la efusión del Espíritu, lo que llamamos el Bautismo en el Espíritu.
Es un verdadero don de contemplación, otorgado para esos días de curso o retiro, que puede prolongarse si la persona recibe orientación adecuada. Será necesario que atraviese un proceso de purificación: ese lecho verde deberá pasar por el fuego, arder y sufrir para purificarse y prepararse para una unión más profunda. Sin embargo, ya se encuentra en una realidad incipiente de contemplación.
SANIDAD INTERIOR
Hay otro aspecto que quiero plantear como una inquietud: la sanidad interior, un valioso aporte de la Renovación Carismática que puede facilitar la experiencia de la contemplación infusa en nuestro ser.
La oscuridad y la purificación en las personas a menudo provienen de una falta de sanidad interior. Resentimientos arraigados desde el vientre materno, la infancia o la juventud, si no se sanan, dificultan e incluso bloquean la experiencia profunda del amor de Dios.
Un corazón herido no puede dar ni recibir amor; primero debe sanar. Esta sanación se logra de manera más rápida y profunda a través de un proceso de sanidad interior.
EL SEÑOR, EL ESPOSO
El hecho es que el Señor como esposo quiere primero estar cerca y después comunicarse.
La contemplación atraviesa diversas etapas: primero, la experiencia de la cercanía amorosa de Dios, y luego la vivencia de una comunicación profunda y amorosa con Él. Dios se revela a través de sus manifestaciones y su voluntad de entregarse. Cuando la persona responde con un sí sincero y abre todo su ser, Dios comienza a invadirla con su amor.
Dios no se manifiesta de igual manera en ningún ser, y en el ámbito de la contemplación, jamás se repetirá de forma idéntica en dos personas.
Las manifestaciones de la contemplación varían según el don del Espíritu que predomine en la persona.
Los místicos, por ejemplo, nos hablan de la contemplación seráfica y querúbica. En la contemplación seráfica prevalece el conocimiento amoroso, mientras que en la querúbica predomina el amor luminoso.
Esto nos muestra que existen distintas fases, pero lo esencial es que todo lo relacionado con la contemplación es inefable, imposible de expresar con palabras. San Bernardo expresó con profunda sabiduría: EXPERTUS POTEST CREDERE QUID SIT IESUM DILIGERE (Quien lo ha experimentado puede comprender lo que significa amar a Jesús). Quien ha vivido la experiencia de Dios, de ser amado por Él y de amarle, al intentar comunicarlo, no encuentra palabras, porque todo lo referente al Señor es profundo e inefable. No existen términos que puedan describir la experiencia del amor salvifico de Dios en nuestras vidas.
EL SERVIDOR Y COORDINADOR NECESITA LA CONTEMPLACION
Para nosotros, servidores y coordinadores de la Renovación Carismática, es esencial cultivar la profunda necesidad de la contemplación infusa. Este don, especialmente en sus primeras etapas, es un regalo que el Señor desea conceder a todos, en particular a quienes servimos y coordinamos.
Estoy seguro de que el Señor también concederá una profunda contemplación infusa a todos aquellos que sean generosos, que pasen largos momentos con Él y se preparen para recibir la Efusión de Su Amor. La contemplación es la comunicación del amor del Señor, y a nadie ama tanto como a vosotros: “Vosotros sois mis amigos”.
¿Qué es lo que pide el Señor a Pedro? su amor. Pedro, ¿me amas?. Pedro, ¿me amas?, ¿me amas más que estos?. Podremos ir superando toda crisis en la vida, en la medida en que nos llenemos del amor del Señor.
No concibo cómo sera posible la perseverancia, en el compromiso con el Señor, si no nos llenamos de su amor, si no lo experimentamos profundamente.
Me parece imposible mantener la fidelidad, la alegría y el entusiasmo en un servidor (discípulo) a lo largo de los años, si el amor del Señor no llena su vida.
EL ESPIRITU SANTO, AGENTE DE LA CONTEMPLACIÓN
El principal agente de la contemplación es el Espíritu Santo, él derrama el amor en nuestros corazones, como escribe Pablo en su carta a los Romanos.
Si nos abrimos a su acción, nos irá llevando al encuentro personal con el Señor y nos irá dando una experiencia cada vez más profunda de su amor.
Y, para aquellos que digan, como podemos decir todos: ¿cómo es posible que Dios me ame y me haga experimentar su amor, siendo lo que soy, habiendo hecho lo que he hecho?. Yo les digo lo que el Señor comunicó a alguien: su gloria está en amar y El ama la nada cuando la nada se le abre a su amor.
Un Pablo, un Agustín, un Francisco, tantos pecadores que, en un momento dado, se abrieron al amor del Señor, quitaron la compuerta a través de la conversión y del arrepentimiento, y el río del amor del Señor se precipitó sobre ellos.
Tal vez hemos tenido la compuerta que ha impedido que el río del amor llegue a nuestras vidas. El Señor nos ha llamado para quitarla, pero tenemos que dar nuestro aporte, debemos dar el Sí.
Así como la unión amorosa humana exige un sí, una entrega personal hecha con libertad y por amor, así también en la unión amorosa con el Señor hay que dar un sí total, alegre y generoso. El Verbo se hace carne en María cuando Ella dice: “Aquí está la Sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Si nosotros le damos nuestro SÍ al Señor, entregándole nuestra vida sin reservas, abriendo de par en par nuestro corazón desde lo más profundo, el Espíritu Santo entrará en nosotros, pues el corazón solo puede abrirse desde el interior.
Él está a la puerta y llama. Si alguno le abre, entrará y cenará con El y experimentará su amor misericordioso.
ORACION
Yo quiero darte gracias, Señor, por el amor que nos tienes a todos nosotros, por la vocación que nos has hecho al amor.
Nuestra vocación cristiana fue una vocación al amor.
Yo te doy gracias porque te hemos encontrado, Jesús, en nuestras vidas, porque nos sentimos felices contigo, porque cada día apreciamos más tu ternura, porque sabemos que Tú no cansas ni te cansas, Señor.
Te pido que derrames tu Espíritu de amor sobre todos nosotros en este día, que nos vayas descubriendo el mundo maravilloso de la contemplación, que nos des, por medio de tu Espíritu, experiencias crecientes de tu amor.
Bendito seas, Señor, gracias, Señor, gloria a Ti, Señor. Alabanzas para Ti, Señor.
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